¿Viste que a veces te ataca el miedo?
Y te dejás llevar por ese miedo...
llorás,
pataleás,
te ahogás,
tosés,
pensás que se termina todo,
te secás las lágrimas,
llorás más fuerte (tanto que pensás que se te va a salir el diafragma por el ombligo),
dejás que se te resbalen las lágrimas hasta que se te caen en la remera,
te ahogás un poco más,
sentís como te falta el aire,
seguís llorando,
te olvidás del resto de tu cuerpo,
dejás de sentir las piernas,
llorás MÁS fuerte,
sentís más miedo,
empezás a calmarte,
te secás la lágrimas,
abrís los ojos...
Y te das cuenta de que no podrías haber elegido NUNCA un mejor compañero de vida, que no podrías haber PEDIDO nunca un mejor compañero.
Porque sabés que te dejás llevar porque cuando abras los ojos, él va a estar para abrazarte, va a estar para calmarte, va a estar para secarte las lágrimas, va a estar ahí.
Con miedo, triste... pero AHÍ.